El dólar estadounidense ha tenido un año completamente dorado durante gran parte de 2022.
Esto ha marcado la ola alcista más fuerte en dos décadas debido al aumento de los tipos de interés. Ha sido el activo que ha reinado sin ninguna discusión en los mercados financieros.
Pero a medida que el año llega a su fin, la marea parece estar cambiando contra el dólar y mientras los inversores miran hacia 2023, un billete verde debilitado podría complicar las perspectivas de inflación, que ya son inciertas. Los expertos dicen que hay que vigilar la divisa estadounidense con prudencia, ya que podría estar en proceso claro de haber marcado un techo.
La caída rápida y pronunciada de los últimos tiempos ha llamado la atención de los observadores del mercado, que se preguntan cómo de bajo puede caer y qué podría significar eso para los inversores. El principal catalizador detrás de su descenso ha sido el cambio de expectativas en torno a la política de la Fed en respuesta a la evidencia de que la inflación ha alcanzado su punto máximo. Eso llevó a los operadores a creer que la institución monetaria estadounidense pausará sus aumentos de tipos antes del segundo trimestre y comenzará a reducirlos para finales del 2023.
Los factores en los que centrarse
En noviembre, después de un informe de inflación más benigno de lo esperado, el dólar registró la mayor caída en dos días desde marzo de 2009 y para esos últimos 30 días marcó su peor desempeño mensual en 12 años. Un factor importante en la mejora de los informes de inflación ha sido la caída de los costes de energía en los últimos seis meses.
El enfriamiento de la inflación es solo un catalizador que conduce a la debilidad del dólar. El otro impulsor sería mejorar las expectativas de crecimiento fuera de Estados Unidos, particularmente en China y Europa, según un estudio de JP Morgan WM.
China es un foco particular, ya que el liderazgo del país avanza hacia el levantamiento de las duras restricciones relacionadas con su política de cero COVID de los últimos dos años. El yuan chino se ha fortalecido por el optimismo que rodea la relajación de sus reglas pandémicas.
Los inversores recuerdan el enorme auge económico que se produjo cuando Estados Unidos salió del confinamiento e imaginan una expansión similar cuando China, la segunda economía más grande del mundo, vuelva a abrir. En el segundo trimestre de 2020, el PIB estadounidense cayó un 29% trimestre tras trimestre. En el tercer trimestre, el PIB creció 33%. Fue el mayor auge económico de la historia.
En contraste, la Fed ahora ve que la economía de Estados Unidos apenas crecerá el próximo año, proyectando un crecimiento en el PIB del 0,50%, reconociendo que no ha progresado lo suficiente para reducir la inflación. Es por eso por lo que la Reserva Federal elevó tipos al 4,25% y fijó su punto final proyectado en alrededor de 5,1% para finales del próximo año.
El presidente de la Fed, Jerome Powell, dijo que no hay recortes de tipos previstos el próximo ejercicio y que sigue resuelta a continuar subiendo los tipos hasta que haya señales claras de que el camino hacia su objetivo de inflación del 2% es sostenible.
Otros bancos centrales están señalando que la inflación puede haber tocado techo. El Banco Central Europeo elevó los tipos un 0,50%, hasta el 2%, pero indicó que necesitaría aumentar los tipos “significativamente” más y a un ritmo constante para reducir la inflación de doble dígito. Ve que la inflación supera su objetivo del 2% hasta 2025. El BCE también comentó que reduciría el tamaño de su balance en 15.900 millones de euros por mes en promedio hasta el segundo trimestre de 2023.
Con los elevados riesgos de recesión que se avecinan en Estados Unidos y otros mercados desarrollados, especialmente en Europa, donde la inflación alcanza tasas de doble dígito y se avecina escasez de energía, es demasiado pronto para comenzar a agitar la bandera para el cambio tendencia del dólar, aunque hay que seguir prestando atención.
2023 quizá sea un muy buen momento para los inversores para hacer cartera con este esquema. Sobre todo, porque venimos de un punto en el que se ha producido mucho castigo. Pero… ¿Cuáles son las señales que deberían mirar los inversores para tomar sus decisiones de la mejor manera posible?
Cambios de tendencia y recortas de beneficios
Conviene prepararse para el posible cambio de tendencia en la bolsa. Y es que, a corto plazo, nos acercamos al momento en que las malas noticias para la economía podrían convertirse en buenas noticias para los mercados de renta variable, a medida que el debilitamiento de la actividad económica comience a reducir la inflación. Esto podría provocar un ritmo más lento de subidas de tipos, y en última instancia un pico de tipos en 2023, junto con una recesión.
Se esperan ajustes en los beneficios en los beneficios empresariales. Las expectativas sobre las ganancias de las empresas aún tienen que bajar, quizás de forma significativa en algunos casos, para reflejar el entorno recesivo, el aumento de los inventarios, el incremento de los costes de los insumos y los tipos de interés, así como un dólar más fuerte.
Además, las expectativas tendrán que ajustarse a un mundo en el que el dinero vuelve a tener un coste. El crecimiento ya no puede financiarse con un endeudamiento ilimitado, y el umbral de rentabilidad que se exige al capital empleado debe aumentar. En última instancia, esta evolución es saludable y puede promover la supervivencia de los más aptos, favorecer a las empresas y los balances de más calidad y aumentar ingresos para algunos.
Volatilidad… ¿Oportunidad?
Tal vez el inversor debería percibir la volatilidad del 2023 como una oportunidad con la que aprovecharse y no como un miedo sobre la tormenta que puede venir. Los cambios de “régimen” tienden a provocar volatilidad y perturbaciones, creando un entorno atractivo para los gestores activos más que para la gestión pasiva o indexada.
En medio de la volatilidad de 2023, los inversores deberían explorar las oportunidades para posicionar las carteras a largo plazo. Conviene considerar temáticas de largo plazo en torno a pilares clave como la seguridad nacional (por ejemplo, alimentos, energía, agua, ciberseguridad), la adaptación al cambio climático y la innovación (por ejemplo, IA) y sostenibilidad.