El conflicto bélico entre Rusia y Ucrania complicará sobremanera las decisiones de los bancos centrales durante los próximos meses. Mirando a la historia podemos encontrar un denominador común en todas las etapas en las que se han producido enfrentamientos militares a gran escala: el aumento de la inflación. No podemos olvidar que Rusia juega un papel crítico en el plano energético internacional, al ser uno de los tres mayores exportadores de petróleo, gas y carbón. Pero, por otro lado, junto a Ucrania, son claves en la producción de cereales como el trigo y metales industriales como el aluminio.
Europa ya estaba padeciendo los problemas de una crisis energética sin precedentes antes del estallido del conflicto armado. Y la fuerte subida del precio de cereales y energía de las últimas semanas va a complicar aún más la situación. La evolución de la inflación lleva meses sorprendiendo al Banco Central Europeo, a la Reserva Federal y al Banco de Inglaterra, que todavía tienen las tasas de interés en mínimos históricos. Reino Unido ha acometido los primeros movimientos para recuperar el tiempo perdido y, además de terminar con el programa de compra de deuda, ha llevado a cabo dos subidas de tasas de interés que han situado el precio oficial del dinero en el 0,5%.
Estados Unidos lleva anunciando desde hace unos meses su intención de acabar con el programa de compra de deuda en marzo y simultáneamente subir las tasas de interés hasta en seis ocasiones durante 2022. El Banco Central Europeo, en su última reunión, dejó abierta la puerta a una potencial subida de tipos del 0,25% a finales de este año, pero todavía tiene intención de mantener el estímulo monetario no convencional con el programa de compra de deuda denominado APP al menos hasta el último trimestre. Desde la crisis financiera de 2008 la política monetaria ha venido siendo cada vez más relevante en el mundo. Al principio solo se preocupaba de la gestión del nivel de tasas de interés como herramienta para estimular o enfriar la economía. Ahora lleva a cabo un control férreo del coste del dinero tanto a corto como a largo plazo y manipula artificialmente las primas de riesgo que rigen el comportamiento de los mercados financieros en su máxima amplitud.
Los programas de “quantitative easing” o QE nacieron con la idea de abaratar el coste de financiación a medio plazo ante la imposibilidad de seguir bajando el coste del dinero en el corto plazo más allá del cero por ciento. Pero los últimos programas no tuvieron límite y dejaron de concentrarse en la compra de deuda soberana para extenderse a la deuda corporativa, hipotecaria e incluso a los bonos de peor calidad conocidos como “bonos basura”. La única restricción a este juego era no poner en riesgo la estabilidad de precios, entendida como que la inflación no superase la cota del 2%.
Cuando tras la pandemia los datos del índice de precios al consumo saltaron claramente por encima del 2% los bancos centrales se apresuraron a cambiar el modo de cómputo de dicho 2% y se introdujo el concepto de “a largo plazo”, lo que les permitía lidiar con superaciones momentáneas de su propio límite sin tener que retirar drásticamente el estímulo monetario. Y así llegamos al momento actual, con inflaciones que van del 5,1% en Europa, el 5,4% en UK y el 7,5% en EE.U.U., mientras que las tasas de interés están en mínimos históricos. La invasión de Rusia probablemente va a agravar aún más las presiones inflacionistas, lo que deja a los Bancos Centrales en una situación muy complicada, porque los efectos de este conflicto también provocarán un menor crecimiento económico futuro.
Por lo tanto, ahora la gran pregunta que todo inversor debería estar haciéndose es la siguiente: “¿A que darán prioridad los Bancos Centrales, a la inestabilidad de precios, es decir, la lucha contra la inflación, o la inestabilidad financiera, es decir, a la bolsa? Si es a lo primero, la renta variable podría sufrir fuertes correcciones este año. Si es a lo segundo, los ciudadanos sufrirán una pérdida de capacidad adquisitiva como no ha ocurrido en décadas. Ahora toca pagar el precio de las decisiones adoptadas y nadie debería albergar ninguna duda de que tendrá un alto precio, aunque todavía no sepamos a quién afectará más y a quién menos.