El pasado 31 de marzo saltaron las primeras señales de alarma cuando la rentabilidad del bono a dos años superó a la de los 10 años.
Por primera vez desde 2019 la curva de tipos se invirtió, lo que en general se considera una señal de aviso para la economía y los mercados, puesto que una recesión, en el caso de que se produzca, suele aparecer meses después de una inversión de la curva de rendimiento.
La curva de tipos es una representación gráfica que muestra la relación entre la rentabilidad ofrecida por un emisor y los diferentes plazos de vencimiento de sus bonos, que pueden ser corporativos o, incluso, municipales. No obstante, cuando se hace referencia a la curva de tipos, generalmente se habla de la del Tesoro de los Estados Unidos. Esta deuda se considera libre de riesgo porque está respaldada por el gobierno norteamericano y sirve de referencia para calcular las primas de riesgo frente a otros bonos.
Cuando los inversores compran un bono le están prestando dinero al emisor, en este caso a EEUU. A cambio, reciben un tipo de interés fijo conocido como cupón, que se extiende hasta el vencimiento, momento en el que recuperan su inversión inicial. Si bien el cupón permanece estable durante la duración de un bono, su rentabilidad siempre fluctúa, debido a que los precios de los bonos cotizan en los mercados secundarios y se mueven en función de las perspectivas económicas.
Cabe destacar que la relación entre el precio y la rentabilidad es inversa: a menor precio, mayor rentabilidad, y viceversa. Cuanto mayor es la duración de un bono, mayor es la rentabilidad que suele ofrecer, ya que es más difícil prever un posible impago. Normalmente, la curva de tipos tiene una pendiente ascendente a medida que aumenta la duración, por lo que cuando la rentabilidad de vencimientos largos es menor a los de duraciones más cortas, la curva se inclina hacia abajo y se dice que está invertida.
La curva de tipos también puede ser usada por los inversores para medir si un bono a largo plazo proporciona o no suficiente rentabilidad como para compensar el riesgo de invertir a largo plazo frente a bonos de menor duración. Porque cuanto más ascendente sea la curva, mayor será la diferencia de rendimiento y más probable es que un inversor esté dispuesto a aceptar ese riesgo. A medida que la curva se aplana, los inversores reciben menos compensación por invertir en bonos a largo plazo, mientras que cuando definitivamente se invierten, los de larga duración ofrecen menos interés que los de corto plazo.
Esta situación responde al nerviosismo de los inversores ante la posibilidad de una desaceleración económica y una caída en las bolsas. Muchos se refugian en la deuda a largo plazo, como los bonos del Tesoro norteamericano, aunque ofrezcan rendimientos muy bajos. ¿Por qué? Porque una baja rentabilidad en un bono es mejor que perder dinero en acciones. Esta demanda anormal eleva los precios de los bonos largos, lo que reduce sus rentabilidades.
Y esto es lo que hace que la curva de rendimiento se invierta. Sin embargo, las recesiones no comienzan inmediatamente después de que se invierte la curva de rendimiento, sino que lo suelen hacer entre los 6 y los 18 meses posteriores.
Esta pérdida generalizada de confianza explica por qué las curvas de rendimiento invertidas han seguido todas las recesiones desde 1956. Los mercados de bonos envían una señal de advertencia de desaceleración económica a medida que la curva de tipos se invierte, aunque lo ciertos es que una breve inversión podría ser sólo una anomalía. De hecho, no todas las inversiones han acabado en una recesión. En definitiva, esta situación hay que tratarla como un indicador y no como un elemento infalible para predecir la próxima crisis.
Eso sí, entender este concepto ayudará a los inversores a tomar mejores decisiones.